La (etnia) nasa y los extraterrestres
20 de Julio de 2012 - 11:57 pm
Una cosa que no deja de sorprenderme cuando discuto con amigos o conocidos que trabajan para el Estado, sobre todo con los que trabajan para el gobierno central en Bogotá, es la seriedad con la que ellos —burócratas, tecnócratas, plutócratas o simples nepotistas— se toman las instituciones a las que sirven. Esas mismas instituciones, para los ciudadanos comunes y corrientes, no pasan de ser una ficción, un derroche de vanidades, de cargos y, por supuesto, de dinero.
¡Cómo!, me digo, asombrado y temeroso de que una vasta esquizofrenia, un cisma profundo entre población y gobierno, se haya afincado en la República, ¡Si es que estos fulanos se creen su propio cuento!.
Si así pienso yo, que he sido toda la vida un urbanita y que participo de la llamada economía ‘real’ —de la que se vale el gobierno para financiar el despilfarro—, ¿qué pensaran los miembros de la etnia nasa, olvidados desde hace siglos, cuando por su pueblo perdido en las montañas del norte del Cauca se aparecen unos señores de la capital que vienen a hacer valer, ahora sí, el control del Estado sobre el territorio nacional? Imaginemos que súbitamente aterriza en la Tierra una nave extraterrestre que viene a informarnos que desde hace siglos hemos sido, sin saberlo, súbditos de otro pueblo en la galaxia, y que llegó la hora de obedecerlos. Así —como marcianos—, debieron percibir los nasas a esos militares y ministros que desembarcaron en su territorio.
Este gobierno lechuguino ha cuidado demasiado su imagen ante la comunidad internacional como para arriesgarla en un acto de fuerza contra esas comunidades. Imponer su autoridad, por tanto, es un problema suficientemente complejo como para que, además, se le cuelguen arandelas políticas o mafiosas, de actores que se aprovechan del estatus de minoría protegida que tienen los pueblos indígenas para canalizar a través de ellos sus intereses de negocios, sus ideologías antiestablecimiento, o su búsqueda de una negociación con la guerrilla. Tanto el Estado colombiano, por débil que haya sido su papel hasta ahora, como las naciones indígenas, por ser los administradores ancestrales de esos territorios, tienen derecho a ser escuchados en este conflicto; esos otros terceros en discordia, que no representan ningún interés salvo el propio, sobran.
Pero al final un abandono tan largo no se arregla ni con discursos, ni con invocaciones a la soberanía y al patriotismo, ni desplazando a unos ministros, unos generales y unos camarógrafos. No se recupera en unos días lo que durante medio siglo se ha despreciado. Se comienza a recuperar creando instituciones funcionales —no ficticias—, y después se concreta la legitimidad a punta de obras. Escuelas, hospitales, acueductos, vías, redes de comunicaciones y redes eléctricas, luz: una luz civilizadora que alumbre los recovecos en donde por décadas se han escondido la subversión y el narcotráfico.
Los soldados que llegaron la semana pasada al Cauca fueron recibidos a palo y tuvieron que retroceder, pero de seguro a la llegada de las primeros signos de control real por parte del Estado, con instituciones e infraestructura, las guerrillas y las mafias a las que se busca combatir serían quienes se disiparían, sin arriesgar poner a civiles en el fuego cruzado.
Por Thierry Ways
ca@thierryw.net / @tways
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